sábado, 26 de septiembre de 2009

LA OTRA REVOLUCIÓN

Mis queridos amigos:
Don Bosco se empleó con todas sus fuerzas para abrir futuro en la vida de muchos jóvenes que habían perdido toda esperanza. Siendo joven sacerdote, vio, escuchó, supo captar la realidad social y ponerse manos a la obra para tratar de paliar los efectos desastrosos de una revolución industrial que estaba dejando en la cuneta a los hijos de nadie. Eran, los más, emigrados del campo a la ciudad en busca de una fortuna que muchos les negaban obstinadamente excluyéndolos de la nueva realidad social que emergía con fuerza al calor de un nuevo orden económico.
En Turín, Don Bosco se dio cuenta de que no bastante partir el pan de la solidaridad con los más necesitados, sino que era urgente poner en marcha una revolución paralela. Era necesario hacer palanca sobre los rígidos cánones industriales y la nueva economía burguesa para propiciar un cambio social. Se trataba, en efecto, de dar más a los que menos tenían y ofrecerles oportunidades para asegurarles la posibilidad de desarrollar todas sus potencialidades.
La “obra de los Oratorios”, como le gustaba llamar a su proyecto el propio Don Bosco, fue el intento logrado de hacer protagonistas a los jóvenes de su propio futuro, de implicarlos en su desarrollo y en el cambio social, de canalizar todas sus energías de bien para propiciar una realidad nueva en medio de un mundo que nunca presta suficiente atención a los más vulnerables.
Escribe el propio Don Bosco en los “Trazos históricos en torno al Oratorio de San Francisco de Sales” (1862):

“En cada año se ha logrado a colocar a varios centenares de jóvenes junto a buenos empresarios con los que han aprendido un buen oficio. Muchos volvieron a sus casas y a sus familias de donde habían huido; y ahora se mostraban más dóciles y obedientes. No pocos fueron empleados en honestas familias (…) bastantes de ellos encuentran trabajo en las bandas de música de la guardia nacional o en las bandas militares; otros continúan su oficio en nuestra casa; un número importante se dedican a la enseñanza; estos hacen regularmente sus exámenes o quedan aquí en casa y van en calidad de maestros a los pueblos en que se les requiere; algunos hacen también carreras civiles”.

Ciertamente, resultados más que notables que harían interesarse por la fórmula del éxito en los porcentajes de inserción laboral a más de un ministro de trabajo en la actualidad. Bromas aparte, lo cierto es que Don Bosco lleva a cabo una ingente tarea de promoción que busca no sólo una acción paliativa con sus muchachos necesitados sino una auténtica transformación social. Su proyecto educativo-evangelizador quiso ser una palanca de cambio para mejorar la realidad y adelantar un futuro con más oportunidades para todos.
Fue la otra revolución. La de un mundo diferente en el que nadie es excluido ni condenado a comer sólo las migajas que caen de la mesa del señor. En tiempos de crisis, la fuerza utópica de aquel joven sacerdote turinés es un estímulo para creer que otra realidad es posible.

Vuestro amigo, José Miguel Núñez

viernes, 18 de septiembre de 2009

LOS POBRES HIJOS DEL PUEBLO

Mis queridos amigos:
Tras la primera experiencia de una casa salesiana fuera de Turín, Mirabello, muchas otras instancias políticas y religiosas reclamaron la presencia de los salesianos en diferentes partes de Italia para la educación de los jóvenes pobres. Se trataba, sobre todo, de colegios para los hijos de la gente sencilla. Como dice P. Stella, uno de los mejores conocedores del siglo de Don Bosco:

“A partir de 1863 se asiste a un multiplicarse de colegios, hospicios, escuelas para artesanos, escuelas agrícolas, seminarios abiertos o regidos por salesianos y su preferencia por los internados… El colegio salesiano contribuyó a alimentar, con una sólida formación de jóvenes levas, las fuerzas católicas en Italia y en el mundo”.

Pero Don Bosco estuvo siempre vigilante para que la “colegialización” de la Congregación no desvirtuara el auténtico espíritu con el que los salesianos fueron fundados. Aceptó colegios con la condición de crear también oratorios y talleres, internados para pobres y seminarios…
Las Memorias Biográficas nos han transmitido algunas de sus preocupaciones en forma de recomendaciones que el propio Santo atribuye al Papa tras una visita al Vaticano en 1869. No es difícil descubrir en estas líneas el corazón y la inquietud de nuestro padre:

“Conformaos siempre con los pobres hijos del pueblo. Educad a los jóvenes pobres, no tengáis nunca colegios para ricos y nobles. Cobrad pensiones modestas, no las aumentéis. No toméis la administración de casas ricas. Mientras eduquéis a los pobres, mientras seáis pobres, os dejarán tranquilos y haréis el bien”.

Nuestra congregación nació de la visita a las cárceles y de la experiencia de encuentro con los jóvenes pobres en los arrabales de Turín. La “obra de los Oratorios”, como viene descrita en el acta fundacional de la Congregación Salesiana pretende ayudar a salir de la miseria, de la ignorancia y de la falta de instrucción religiosa a todos aquellos a los que la vida ha esquinado y les ha privado de la oportunidad de vivir como personas logradas.
Don Bosco estará siempre preocupado, hasta el final de sus días, por mantener este espíritu. Nosotros somos, dirá e muchas ocasiones, “para los jóvenes pobres”. Y ese debería ser el criterio fundamental de verificación de lo significativo de una obra salesiana.
Hoy nos recordamos que hay nuevas fronteras que alcanzar, allí donde los jóvenes están en descampado y sufren antiguas y nuevas pobrezas, donde son excluidos del sistema y vulnerables a cualquier agresión. Ese es nuestro éxodo, nuestra travesía del desierto, hacia la tierra prometida: los jóvenes pobres, abandonados y en peligro.
Este es el reto de toda la familia salesiana, ciento cincuenta años después de que Don Bosco decidiera, inspirado por el Espíritu, con un grupo de muchachos que habían crecido con él, dar vida a una Congregación para ocuparse, espiritual y materialmente, de “los pobres hijos del pueblo”.
Ni más ni menos.
Vuestro amigo, José Miguel Núñez