domingo, 28 de octubre de 2012

Don Bosco decía, Don Bosco hacía...


“Don Rua, si quisiera, haría milagros”. Así se expresa Don Bosco en las Memorias Biográficas refiriéndose a Miguel, uno de sus primeros muchachos en Valdocco, su primer salesiano y su más fiel colaborador hasta su muerte.
El 29 de octubre la familia salesiana celebra su fiesta. El hoy beato es una de las figuras gigantescas de nuestra Congregación y sin embargo, para muchos, un gran desconocido.
Compartió con Don Bosco los primeros momentos del Oratorio, experimentó en primera persona su paternidad y descubrió junto a él horizontes anchos y hermosos para su vida. Se sintió tan amado y quiso tanto a Don Bosco que se quedó para siempre con él y junto a él caminó desde la más absoluta e incondicional fidelidad hacia el que siempre fue su padre.
Como el mismo Don Bosco le dijo cuando solo era un niño, Miguel fue en todo a medias con él. Don Rua creció a su lado, vivió los inicios de la Congregación, fue testigo del crecimiento y la expansión de nuestra familia y más tarde, con la fuerza del Espíritu consolidó la obra iniciada por el padre.
Fue el primer salesiano. Con la emoción y la sencillez de los grandes acontecimientos de la historia de la salvación, Don Rua dejó escrito en su cuaderno de notas cuanto aconteció aquella noche de enero de 1854 en la habitación de Don Bosco:

“El día 26 de enero de 1854, por la noche, nos reunimos en la habitación de Don Bosco. Además de Don Bosco, estábamos Cagliero, Rocchetti, Artiglia y Rua. Nos propuso empezar, con la ayuda del Señor, una temporada de ejercicios prácticos de caridad con el prójimo. Después de ese tiempo, podríamos ligarnos con una promesa y esta promesa se podría transformar, más adelante, en voto. A partir de aquella noche se llamó ‘salesiano’ a todo el que adoptaba aquel género de apostolado”.

Aquel grupo de jóvenes era el presente y el futuro del sueño de Don Bosco que poco a poco se iba haciendo realidad entre los balbuceos de caminos inciertos pero con la determinación y la tenacidad de quien se sabe en manos de Dios.
Un año y algunos meses más tarde, el 25 de marzo de 1855, Miguel realizaba sus primeros votos privados delante de Don Bosco. Nadie más en aquella escena preñada de esperanza y hondamente significativa para nuestra historia salesiana. El acontecimiento tiene la portada de los inicios de las grandes obras. En la humildad de un rincón de Valdocco, sin gestos grandilocuentes, se alumbraba la Congregación Salesiana.
Don Rua trabajó con Don Bosco hasta la extenuación, escribió a su lado páginas hermosas de la historia salesiana y tomó el testigo al frente de la Congregación cuando el padre murió.
Durante su rectorado, la Congregación se consolidó, se extendió y alcanzó un desarrollo como nadie hubiera podido imaginar. Permaneció fiel a Don Bosco imitando de él todo lo que aprendió a su lado. Don Bosco decía, Don Bosco pensaba, Don Bosco quería… Fue su fiel intérprete en tiempos difíciles y para generaciones de salesianos el hilo rojo que los unía al Fundador.
Como Don Bosco, Miguel Rua fue un sacerdote auténtico y veraz, un hombre de su tiempo y un hombre de Dios. Como el maestro, el discípulo también bebió del agua pura del manantial de Valdocco y en aquella irrupción de la gracia el Espíritu le condujo por veredas de santidad. Su memoria es hoy, para nosotros, compromiso de fidelidad. 

lunes, 23 de julio de 2012

Los enfermos de cólera

            En julio de 1854 la ciudad de Turín se disponía a hacer frente a una epidemia de cólera que amenazaba con hacer grandes estragos, sobre todo entre la población más débil y desprotegida. Desde las administraciones públicas se daban instrucciones para la prevención de manera que se pudiera hacer frente a la enfermedad en las mejores condiciones higiénicas y sanitarias posible.
            Inevitablemente, a finales de julio, la epidemia empezó a golpear en los barrios más pobres extendiéndose con facilidad a toda la ciudad.
            Don Bosco tenía albergados en casa a casi un centenar de muchachos e hizo todo lo que estuvo en su mano para que el Oratorio conservara condiciones higiénicas y los muchachos pudieran estar preservados ante la mortal enfermedad.
            Pero enseguida se dio cuenta de que no era suficiente. No podía permanecer encerrado en su casa asegurando el cuidado de sus chicos mientras allá fuera la gente se moría y sufría lo indecible. Una vez más, la casa del pobre se hace cauce de solidaridad y Don Bosco decide proponer a sus muchachos unirse al movimiento de voluntarios que se está organizando por toda la ciudad. Un día, dijo a sus muchachos:

¿Quién quiere venir a ayudar a los enfermos de cólera?

Después de la sorpresa inicial, un grupo de aquellos chavales de la calle decidieron dar el paso adelante confiando en la palabra de Don Bosco: “a nadie atacará el mal con tal de que nos confiemos a la Virgen y tratemos de vivir en la gracia de Dios”. Y sin más seguridad que unas cuantas normas higiénicas y una gran fe en Dios, se pusieron en marcha con una generosidad increíble.
Solidaridad real, la de los muchachos de Don Bosco. No especularon. Sólo se fiaron del padre y, con él, pusieron su confianza en Dios y en la mediación materna de la Madre del Señor. No sabemos cuántos fueron ni sus nombres. Pero entre ellos estuvieron Miguel Rua, Juan Cagliero y Luis Anfossi, todos adolescentes entre los catorce y los diecisiete. Los tres, formarán parte, años más tarde del grupo que – con Don Bosco – fundará la Congregación Salesiana.
Ninguno de ellos fue golpeado por la enfermedad. Nadie se contagió. Se cumplió la promesa de Don Bosco. El trabajo de los chicos fue extraordinario. El periódico L’Armonia, dedicó una pequeña crónica a los jóvenes del Oratorio en su edición del 16 de septiembre:

“Animados por el espíritu de su padre más que superior, Don Bosco, se acercan con valentía a los enfermos de cólera, inspirándoles ánimo y confianza, no sólo con palabras sino con los hechos; cogiéndoles las manos, haciéndoles fricciones, sin hacer ver horror o miedo. Es más, entrando en la casa de un enfermo de cólera se dirigen a las personas aterrorizadas, invitándoles a retirarse si  tienen miedo, mientras que ellos se ocupan de todo lo necesario”.

Todos en la ciudad admiraron su valor y su entrega generosa. Y es que en la escuela de Don Bosco se aprende a hacer de la solidaridad un estilo de vida, de la fe la razón de la entrega y de la confianza en la Providencia un impulso apostólico y audaz. De tal palo, tal astilla.

martes, 22 de mayo de 2012

Será la Iglesia Madre


De Todos es sabido el amor de Don Bosco por la Madre del Señor invocada como Consolación, Inmaculada y – sobre todo -  Auxilio de los cristianos. Así lo vivió desde muy pequeño en I Becchi y así lo transmitió a sus muchachos en el Oratorio cuando María era sentida como de casa, la madre de todos los días que nunca abandona a sus hijos.
En plena madurez de su obra a favor de los jóvenes pobres, pocos años después de los primeros pasos de la Congregación Salesiana, el santo de Turín concibe el proyecto de construir una gran Iglesia dedicada a María Auxiliadora. Será, dirá a sus muchachos, la Iglesia Madre de la Congregación. 
            Pero ¿de dónde sacará los recursos? Como reconoce una noche de 1862 a uno de sus muchachos, Pablo Albera, “No tengo un centavo, no sé de dónde sacaré el dinero, pero eso no importa. Si Dios lo quiere se hará”.
            Una vez más el sueño y la confianza. Una vez más la tenacidad ante proyectos que parecen inalcanzables para quien tiene entusiasmo y buen ánimo pero los bolsillos vacíos. Y sin embargo, el soñador está cierto de que la empresa se llevará a cabo  porque “el Señor lo quiere”. Como si de un pacto con la eternidad se tratase, Don Bosco ejecuta sus “negocios” al dictado de un proyecto que parece rozar lo sobrenatural. En aquel mismo año de 1862, Juan Cagliero – otro de sus chicos del Oratorio - , confiesa que Don Bosco le habló de su proyecto. Su testimonio quedó recogido en las Memorias Biográficas:

“En 1862 me dijo Don Bosco que pensaba construir una iglesia grandiosa y digna de la Virgen Santísima.
-       Hasta ahora, dijo, hemos celebrado solemnemente la fiesta de la Inmaculada. Pero la Virgen quiere que la honremos con el título de María Auxiliadora: corren tiempos muy tristes y necesitamos que la Virgen Santísima nos ayude a conservar y defender la fe cristiana. ¿Y sabes por qué?
-       Creo – respondí – que será la “iglesia madre” de nuestra futura Congregación, y el centro de dónde saldrán todas nuestras obras a favor de la juventud.
-       Lo has adivinado, me dijo: María Santísima es la fundadora y será la gran sostenedora de nuestras obras”.

Y así fue. En 1863 comenzaron las obras y en 1868 se consagraba la nueva Basílica dedicada a María Auxiliadora. Como Don Bosco dijo en muchas ocasiones, la Virgen pensó a que llegara el dinero necesario. Naturalmente no sin grandes esfuerzos por parte del propio Don Bosco.
Milagro o no, lo cierto es que la audacia en el emprender grandes proyectos y la certeza de la ayuda divina, impulsaban el trabajo de nuestro padre que no se ahorró – sin embargo - fatigas y sacrificios para salir al encuentro de la Providencia.

“No tengo un centavo…”. ¿Cuántas veces se repetiría esta escena? Es el destino del pobre que todo lo espera y que ha decidido fiarse de quien en sueños susurra caminos nuevos por los que caminar con audacia y con una pizca de temeridad. 

domingo, 13 de mayo de 2012

Una mujer extraordinaria


Dicen que un santo arrastra a otro santo. Lo cierto es que el Espíritu hace su trabajo en el corazón de las personas y en no pocas ocasiones la santidad es contagiosa. Me he preguntado más de una vez qué pudo sentir Don Bosco cuando conoció, casi por casualidad, a una mujer extraordinaria en un pequeño pueblo del Monferrato llamado Mornese. Una joven despierta, con una gran fuerza de arrastre y que transparentaba a Dios en cuanto decía y hacía. Sin duda, pensaría Don Bosco, extraordinaria esta Maín.
María Mazzarello hizo de su vida un canto a la providencia de Dios que está siempre cerca de los pequeños y de los pobres. Una mujer profundamente creyente que supo hacer de Dios el centro de su vida y de su historia. Se sintió amada y escogida y no dudó en responder con todas sus fuerzas a la iniciativa de aquel que le había amado primero. Forjada en la dura vida de los hombres y mujeres del campo, con una tenacidad propia de quien sabe aprovechar y desarrollar todos sus recursos, supo cultivar en la sencillez de la vida cotidiana una espiritualidad de hondas raíces y muy pegada a la realidad de cada día.
De mirada larga, cultivó la amistad con el Señor e hizo crecer en su corazón una fuerte unión con el Dios de la Vida, como están unidos los sarmientos a la vid. Y dio mucho fruto. En la originalidad de dones que el propio Espíritu le concedió, María Mazzarello se puso manos a la obra y con una caridad apostólica de hondo calado fue instrumento del Señor para las jóvenes de Mornese a quienes implicó y comprometió en un servicio educativo-evangelizador con las niñas y jóvenes del pueblo.
Respiró el mismo aire de Don Bosco y cuando se encontraron, ambos descubrieron enseguida que estaban delante  de alguien a quien el Espíritu había tocado de manera especial. María Mazzarello sintió que Don Bosco era un Santo, pero Don Bosco experimentó también la grandeza de aquella mujer campesina que hablaba de Dios con familiaridad y con una profundidad inusual. Recorrieron juntos el camino  hicieron grandes cosas. María, fiel a la llamada de  Dios, consagró su vida al Evangelio con el estilo salesiano que en ella se hizo femenino creativa y originalmente.
Su vida y su obra nos interrogan y comprometen. Fiel al Señor, supo responder con generosidad a su llamada ¿Y tú, te sientes llamado por el Señor? ¿Cómo estás respondiendo a su llamada? Madre Mazarello, tras las huellas de Jesús, inspirada por Don Bosco, nos invita a vivir unidos fuertemente a la vid y decir “si” a un proyecto apostólico que nos conduce al amor.

            Lo dicho, una mujer extraordinaria.

domingo, 26 de febrero de 2012

Don Bosco y el Príncipe


Aquel día la antesala de la habitación de Don Bosco estaba repleta de personajes ilustres. Era el 24 de noviembre de 1887. Uno de los herederos de la corona de Polonia, Ladislao Czartoryski, saludaba a Don Bosco algo contrariado. Su cojera parecía aún más acentuada que en otras ocasiones. Lo cierto es que el príncipe andaba disgustado. Augusto, uno de su hijos fruto de su primer matrimonio con María Amparo Muñoz y Borbón infanta de España, había decidido renunciar a sus derechos dinásticos y hacerse salesiano. Nunca vio con buenos ojos la decisión de su hijo y trató muchas veces de disuadirlo. Pero aquel día había decidido acompañarlo, quizás albergando todavía la esperanza de algún día se arrepentiría. Era la toma de sotana de Augusto.

Augusto tenía veintinueve años. Conoció a Don Bosco cuando tenía veinticinco en París, durante una de las visitas del santo a la capital francesa en 1883. Sirvió la misa a Don Bosco durante una recepción con su familia y otras familias nobles en el hotel Lambert donde se alojaban. Quedó cautivado por su figura. Su decisión de ser religioso, en cuyo discernimiento se debatía desde hacía algunos años, quedó definitivamente tomada al sentirse identificado con el espíritu salesiano que aquel sacerdote turinés encarnaba de forma atrayente y seductora.

No fue fácil el camino. Su familia se resistía. El propio Don Bosco no veía claro la conveniencia de aceptar a un príncipe entre sus hijos, aún reconociendo desde el primer momento la valía y la virtud del candidato. Expresó en más de una ocasión sus reservas por la condición social de Augusto y por la dificultad de renunciar a sus derechos de sucesión dinástica así como por su delicada salud. El mismo Papa León XIII en persona intercedería ante Don Bosco para que lo aceptase en la Congregación. Finalmente, nuestro padre accedió. Tras renunciar a todos sus derechos, realizó un breve aspirantado y comenzó en 1887 su noviciado bajo la experta mirada y el sabio acompañamiento de Don Barberis.

El día de la imposición de la sotana, en Valdocco, el cronista Viglietti refleja el acontecimiento con gran satisfacción y reconociendo la importancia del momento:

“A las dos cuarenta y cinco comenzó la función en la Iglesia (…) Se cantó el Veni Creator y Don Bosco siempre asistido, acompañado, ayudado por Don Rua y por mí, descendió del altar, bendijo la sotana y cumplió la conmovedora función. Don Rua tomó la palabra y habló como haciendo las veces de Don Bosco. Se decía: Don Bosco no habría podido decirlo mejor (…) ¡Cierto es que este es un día memorable para la Congregación!”

Augusto haría su primera profesión en 1888, meses después de la muerte de Don Bosco. Pero conservó siempre en su mente y su corazón la paternidad de aquel que en París, en plena búsqueda de su proyecto vital, le mostró un camino que le hacía muy feliz. Seguir a Jesús, desprendido de sus bienes, supuso para él encontrar el tesoro y venderlo todo para comprar el campo. Procuró vivir con fidelidad su vocación y la identificación con su Señor. Superando graves interferencias por parte de su padre, en abril de 1892 fue ordenado sacerdote. Justo un año después, el 8 de abril de 1893, murió en Alassio dejando en todos un testimonio de radicalidad evangélica y aceptación de la voluntad de Dios.

Augusto fue beatificado por Juan Pablo II en el año 2004. La santidad llama a la santidad. El joven príncipe, subyugado por la santidad de Don Bosco, fue dócil a la gracia que hizo en él maravillas. Gracias, Padre, porque has revelado todo esto a la gente sencilla.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Tez morena y corazón llagado



Sabemos bien que en la historia de nuestro pueblo se han cumplido muchas veces las palabras de Jesús: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has revelado estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla (Lc 10, 21). Así es, sin ninguna duda, en la vida y en la historia de Sor Eusebia Palomino.

Nacida en el seno de una familia muy pobre, sus orígenes son más que humildes y su trayectoria vital está marcada por la necesidad, la dependencia de la solidaridad ajena y el trabajo en edad temprana. De tez morena, poca estatura e ingenio despierto, Eusebia creció con una extraordinaria sensibilidad religiosa que, acompañada con el clima familiar y la transmisión de la sencilla fe de sus padres, forjaron en ella una personalidad fuertemente creyente. Dócil al Espíritu, se dejó modelar por Él y la gracia hizo maravillas en su corazón joven.

Conoció a Don Bosco en contacto con las Hijas de María Auxiliadora en Salamanca. Frecuentó el Oratorio y se identificó de inmediato con la espiritualidad salesiana a la que María Mazzarello puso rostro femenino. Junto a ellas, abrigó el deseo de convertirse, también ella, en monumento vivo a la Virgen. Trabajó con mucha humildad para merecer, a pesar de su poca preparación intelectual, formar parte del Instituto. Eusebia estaba convencida de que “si cumplo con diligencia mis deberes tendré contenta a la Virgen María y podré un día ser su hija en el Instituto”.
Y así fue. Dios, en su providencia, preparó el camino para que en agosto de 1922 pudiera comenzar su noviciado. El Señor la colmó de bienes y, como siempre sucede a los humildes, la llevó en la palma de su mano con un amor de predilección.
Por fin su sueño se vio cumplido. El 5 de agosto de 1924 profesó como Hija de María Auxiliadora consagrándose al Señor para siempre. En su corazón un plegaria humilde que le acompañará toda la vida: “Señor, tú eres mi Dios, fuera de ti no tengo ningún bien…”
Valverde del Camino sería su Valdocco particular, su personal Mornese. Allí pasaría toda su vida salesiana, desde 1924 hasta 1936. A pesar de un rechazo inicial hacia aquella monja tan poquita cosa, pronto comenzó a ganarse el corazón de las niñas y jóvenes que venían a la escuela, al oratorio, a la catequesis. Para todas tenía una palabra de bondad y un gesto amable. Se preocupaba por cada una, se interesaba por sus familias, a todas hacía el bien.
Trabajó en los oficios más humildes y, como le sucedió a la gran santa de Ávila, encontró a Dios entre los pucheros. Contemplativa, llevó adelante al mismo tiempo una imponente acción caritativa en el pueblo. Algunos huevos, unas naranjas, un poco de sopa, un pedazo de pan… todos encontraban la puerta trasera de la cocina abierta sin que la mano derecha supiese lo que hacía la izquierda.
Con la mirada profética y la visión que Dios da a los puros de corazón contempló el futuro invitando siempre a la esperanza. Su corazón llagado se identificó hasta el extremo con el amor de su Señor crucificado. Uniendo su destino con el de su Maestro, entrego la vida por puro amor hasta el final. Su muerte fue un grito desgarrador en las entrañas de cuantos la conocieron. Su vida, un signo luminoso de la presencia de Dios que hace cosas grandes con los más pequeños. Una vez más, los humildes son levantados para confundir la presunción de los poderosos. En Eusebia, el Evangelio de los pobres se hace Buena Noticia encarnada en una piel morena y un corazón atravesado. Sor Eusebia de los pobres, ruega por nosotros.